viernes, 24 de diciembre de 2010

Citas VI

'mañana amaré por la mañana y odiaré por la noche'

24 de Diciembre. Comentario a Charina por msn.

martes, 14 de diciembre de 2010

Los amantes del amanecer

Solían salir de sus casas con las calles sin poner. Y solían ver el manto formado por farolas amarillentas mientras el frío de Madrid se colaba en sus pulmones.
Su mp3 le daba la banda sonora cuando comenzaba su trayecto en los ruidosos túneles del metro. Si, es verdad, que tenía pocas paradas pero había otros trayectos que recorrer, otras canciones que escuchar.
Ella se bajaba entre cientos de madrugadores más. Recorría un tramo andando, en el cual, las tonalidades de una cascada artificial, aun sin sonido, amansaban los pensamientos negativos de los madrileños. Siempre buscaba un momento, robado de un viaje rápido, para contemplar el hipnótico descenso de las aguas iluminadas en leds.
A él le gustaban las exposiciones, a cada cual mas original, que de un mes a otro surgían en esa estación. Las risas de unos y el desconcierto de otros, más por el hecho de ver a personajes de cuento nada más bajar del vagón que por el lío de la inmensidad de líneas que allí convergían.
Un túnel, las vías con sus trenes, provocando tormentas de unos minutos, sobre su techo. Una incontable masa de personas, tan juntas y a la vez tan versátiles moviéndose. Lógico pues los viajeros que iban en la otra dirección eran los únicos con posibilidad de ser contados. Puede que el calor humano sea la única sensación agradable pues, al regresar a otras vías, ya en el exterior, la gelidez del ambiente los envolvía de nuevo.
Miraban los minutos que les faltaba para acercarse a un trabajo ella, y alejarse de otro, él. No eran muchos los incautos que osaban quedarse a merced de una mañana de Madrid, en invierno.
Era como volver a vivir. Ella lo sentía así. Como saltar de un avión, llegar a la cima de una montaña. La experiencia extrema que sienten los viajeros que no pueden escalar el Everest todas las mañanas. Y aunque en sus pulmones creía sentir escarcha, creía sentir su alma respirar.
El necesitaba limpiar la suya. Cada vez que aspiraba los tres o incluso cero grados, imaginaba bellos paisajes alpinos. Seguía aspirando los humos de una ciudad, pero al ser helados, parecían más limpios. Los humos de su trabajo asfixiaban su ser y esta era su rehabilitación. Su paz con su cuerpo. Su despedida a un nuevo día al que saludaría en siete horas.
Los trenes surgían entre las vías. Y la claridad comenzaba a atravesar las puertas automáticas. El bostezo de los transeúntes y sus caras con el sueño dibujado era frenético. Sus auriculares les impedían escucharse unos a otros. Sus ojos quedaban fijos entre las vías y buscaban en la lejanía su tren creyendo que el suyo siempre era el más lento.
El sol surgía lentamente. Gradualmente el cielo se tornaba azul, sin nubes. Era entonces cuando los primeros rayos asomaban. Se tomaba su tiempo al igual que los conductores en sus locomotoras. No podía decirse si era un amanecer o un atardecer, era el único momento donde el Sol repetía su salida en escena.
Sus trenes comenzaron a recorrer sus respectivos andenes, muy lentos, no había prisa, el Lorenzo aún no había despuntado, parecían pensar. Miraron allá donde las vías parecen desaparecer y en un segundo, quizá menos, iluminó el momento. Después, lentamente pero sin pausa, fue surgiendo del horizonte con ganas de un nuevo día, iluminando caras desdibujadas y soñolientas en unos o llenas de respeto y admiración en otros. Saludando a los Madrileños de la estación.
El espectáculo llegó a su fin, las caras se volvieron al tren, y en ese momento, unos segundos antes de su llegada, sus miradas se cruzaron. Se enlazaron. Se dijeron todo y nada, y supieron que sus almas pertenecían al otro, pero, más allá, supieron que pertenecían al amanecer. El les encontraba cada mañana en sus andenes, les mostraba el regalo de la vida. Un presente que pocos contemplaban y muchos menos se daban cuenta.
Sus trenes deceleraron y abrieron sus puertas, y ellos, olvidando el momento al instante, entraron y se acomodaron. Recordaban, como si hubiera sido hace mucho tiempo y, aunque muy cerca sus ventanas el uno del otro, no miraron por ellas. Decidieron abandonarse a su recuerdo reciente.
Volvieron a buscarse en los andenes otros días pero jamás volvieron a encontrarse sus miradas ni a sentir con nadie lo que sintieron en un suspiro.

Diciembre de 2010. Tras primer viaje en Cercanías al amanecer.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Los Sueños Dulces

Hoy he vuelto a tener uno de esos sueños. Los sueños dulces.
Normalmente, cuando al amor en las películas, se le pone banda sonora, es mucho más romántico. Pero aquí no hay sonido, solo movimientos de uno y de otro. Cariño, amor.

Como todo sueño, no tiene comienzo y el final de este lo determinó el mundo real. Regresaba de un lugar y pasé junto a unos hombres, a los cuales les comente lo bien que les había quedado la reparación de una furgoneta clásica. Estuvimos hablando sobre los arreglos y, uno de ellos, me dijo que siempre que quisiera podía ir a verle y ayudarle. Primer sentimiento de felicidad, el descubrimiento de un nuevo amigo. Amistad.
Regresé a casa. Era un atardecer mágico. Tenía la semejanza de una calle de Sevilla. De tonos anaranjados y un sol que no molestaba. Que lograba los tintes de ensoñación con maravillosos tonos ocres.
La puerta de mi casa era un portal similar al de un antiguo convento. Gran cantidad de adornos en piedra ya gastados por el paso del tiempo. Dichos adornos no cansaban a la vista pero, podría haber hecho sentir orgullosos a los que allí habitaban. Lamento no poder dibujar de manera fiel tal lugar, pues lo recuerdo como si hubiera estado allí. Y realmente estuve.
Cruzada la puerta después de haber llamado al timbre y contestado una voz, dejándome pasar, encuentro mi segunda sensación y la más placentera.
No recuerdo su rostro. No se siquiera si lo llegue a ver. Pero si se que al verla, me embargó el cariño. Me acerqué lentamente junto a ella, y por detrás, la abracé con dulzura. Un inmenso cariño recorrió mi cuerpo. Era como si un sentimiento que guardaba durante mucho tiempo, lograba mostrarse. Un sentimiento reprimido. Un amor sentido y guardado en secreto. Un tiempo estuvimos así, sintiendo el atardecer en nuestros hombros y luego nos sentamos en un banco cercano a contemplar un parque desangelado que, sin palabras ni sonido alguno, nos deseábamos el uno al otro, mirando la tarde pasar.

6-12-2010. Recuerdo del sueño que describo.