Mi abuelo es
un hombre tranquilo, no se sobresalta con nada. Pero a veces parece necesitar
darle vida a sus nonagenarios pies como para darse cuerda a sí mismo. No es un
abuelo convencional. Es delgado, conserva el atractivo que tenía de joven y
tiene un cabello que es la envidia de muchos (yo incluido). De pelo cano con
toques negros y unas ondulaciones que lo hacen único.
Pero no se
atisba en él algo que pudiera presagiar a lo que ocupó toda su vida. Si bien
era guardia de tráfico y había llegado a oficial (de esos a los que les recoge
un coche oficial a la puerta), no había recuerdo alguno en sus formas de
comportarse. Debió ser un guardia tranquilo, de palabras comedidas y respeto
ganado debido a su inteligencia. Estudió para llegar a ser oficial. Nadie le
ayudó en nada. Él solo se ganó los galones y ahora es un jubilado más. O eso
parece.
Sus
historias y anécdotas son dignas de ser acogidas en varios Reader Digest. Y su
manera de contarlas y haber pertenecido a ellas, de encontrarlo sentado junto a
Hemingway en un viejo bar de París y creerlos amigos de toda la vida.
Mi abuelo no
es de este planeta. No come mucho, no duerme poco, no sufre problemas de salud y
solo sufre los ataques cariñosos de su mujer, cuando esta le pide (obliga) que
coma, salga, no se duerma y no cometa pequeñas locuras que un jubilado mas
nunca haría.
Mi abuelo
comienza a ser un hombre frágil. Cuando le veo pasear lo siento. Y veo la misma
pena en sus ojos, que tienen todos nuestros mayores cuando han llegado al ocaso
de su vida. Por suerte logra ocultar esos pequeños defectos que todos empezamos
a tener mucho antes, con su rostro serio, su diente y su anillo de oro, su
delgadez y su tatuaje desvaído de un corazón con su nombre.
D.B.G. 05/07/014
D.B.G. 05/07/014