sábado, 5 de julio de 2014

Mi abuelo

Mi abuelo se pasea de aquí a allá, hace viento y estamos a comienzos de verano. El calor ha llegado sin avisar. Siempre me sorprende lo rápido que es.

Mi abuelo es un hombre tranquilo, no se sobresalta con nada. Pero a veces parece necesitar darle vida a sus nonagenarios pies como para darse cuerda a sí mismo. No es un abuelo convencional. Es delgado, conserva el atractivo que tenía de joven y tiene un cabello que es la envidia de muchos (yo incluido). De pelo cano con toques negros y unas ondulaciones que lo hacen único.

 Es curioso, se interesa por cualquier cosa, con templanza eso sí, orientado más a lo relacionado con los acabados de alfeizares, techados, muebles y sillones. Supongo que nostalgia de aquellos años en los que fue carpintero, conjugándolo con su oficio de policía municipal.

Pero no se atisba en él algo que pudiera presagiar a lo que ocupó toda su vida. Si bien era guardia de tráfico y había llegado a oficial (de esos a los que les recoge un coche oficial a la puerta), no había recuerdo alguno en sus formas de comportarse. Debió ser un guardia tranquilo, de palabras comedidas y respeto ganado debido a su inteligencia. Estudió para llegar a ser oficial. Nadie le ayudó en nada. Él solo se ganó los galones y ahora es un jubilado más. O eso parece.

Sus historias y anécdotas son dignas de ser acogidas en varios Reader Digest. Y su manera de contarlas y haber pertenecido a ellas, de encontrarlo sentado junto a Hemingway en un viejo bar de París y creerlos amigos de toda la vida.

 Mi abuelo tiene noventa años, puede ponerse el mismo traje con el que se casó, tiene un humor muy interesante y todos le echan setenta y pocos…Incluso los médicos.

Mi abuelo no es de este planeta. No come mucho, no duerme poco, no sufre problemas de salud y solo sufre los ataques cariñosos de su mujer, cuando esta le pide (obliga) que coma, salga, no se duerma y no cometa pequeñas locuras que un jubilado mas nunca haría.

Mi abuelo comienza a ser un hombre frágil. Cuando le veo pasear lo siento. Y veo la misma pena en sus ojos, que tienen todos nuestros mayores cuando han llegado al ocaso de su vida. Por suerte logra ocultar esos pequeños defectos que todos empezamos a tener mucho antes, con su rostro serio, su diente y su anillo de oro, su delgadez y su tatuaje desvaído de un corazón con su nombre.
D.B.G. 05/07/014