sábado, 21 de marzo de 2015

Regreso

Regreso a las 6:30 (Ella)
Pequeñas gotitas golpeaban el pequeño parabrisas de la vieja vespa blanca. Su vestido turquesa se había tornado azul marino y el casco no dejaba posibilidad para un peinado.
Y a él no le importaba.
La estación de Francia se desdibujaba en tonos acuarelados grises y negros. Su entrada no le hacía justicia, como en Atocha, allí a donde se dirigía. Allí donde se encontraba su tranquilidad, su felicidad. Su corazón.
Aparcada la moto y entrado en esos mágicos andenes, su despedida en forma de mirada iluminó las vidrieras durante unos segundos.
Destino: Tus abrazos.


Regreso a las 6:30 (Él)

Se preguntaba si allí, en Barcelona, el suave viento que corría entre los árboles, se había transformado, provocando revueltas en los armarios, buscando sudaderas y rebecas. Si ella habría sido tan despistada como él y hubiera salido con lo puesto.
Si también le daba igual.
Mi forma de ser, callada y seria, desaparecía con su presencia.  Sus ojos, su mirada. Sus manos y sus palabras, me transformaban.
A las 6:30 regresaba a esta estación helada, para romper el frío que llena mis pulmones.
Saldría de un vagón tecnicolor llenándome de sensaciones que desconocía.


Regreso a las 6:30 (omnisciente)
En su estación de Francia, las nubes habían terminado un suave llanto y pequeños rayitos atravesaban las vidrieras.
En cambio, en el mágico jardín cubierto de la estación de Atocha, el viento mecía con ganas las palmeras y los árboles del viajero.
Ninguno de los dos sentía el frío o la lluvia. Ninguno tenía más pensamientos y sensaciones que para el otro.
Ambos imaginaban esos atardeceres dándose amor en la cama. Ambos esperaban el encuentro de un sueño real. Un nexo especial.

Colores en un damero falto de vida.

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